Juan Gabriel, es un joven integrante de la Iglesia Adventista del Séptimo Día donde asistimos en El Santuario, ejercía las funciones de director de servicio de canto y encargado de audiovisuales de la iglesia. Algunas veces él pedía permiso a sus padres que también son miembros de la iglesia para almorzar los sábados con nosotros y otros días venía los domingos a jugar fútbol. Poco a poco su familia fue teniendo más amistad con los misioneros.
Al pasar los meses, el comportamiento del joven comenzó a cambiar y ya no era tan bueno, pues comenzó a llevarle la contraria a sus padres y a recibir muy mala influencia de sus compañeros de clases. Sus padres estaban tristes y no sabían qué hacer con él porque insistía en tomar sus propias decisiones.
Cierto día después de una pequeña discusión familiar, decidió escapar de su casa y se fue al hogar de uno de sus amigos y pasó dos días ahí con su amigo. Sus padres, preocupados por él decidieron hablar con la directora de nuestra institución para ver si el joven podía quedarse con nosotros.
Se hicieron los arreglos y Juan Gabriel aceptó quedarse un tiempo con nosotros. Los primeros días para él fueron un poco difíciles porque le tocaba ir a la escuela de 7 de la mañana a 2 de la tarde y llegar a participar de los trabajos en diferentes áreas. Su actitud no era tan buena porque las actividades eran un poco pesados para su costumbre. Además su estado de ánimo no le ayudaba mucho porque luego nos contó que había cosas que le afligían también.
Los muchachos al principio le ayudaron a mejorar algunos hábitos y a recordarle que hiciera su devoción al personal y el poco a poco se fue acostumbrando a la rutina. Su comportamiento fue mejorando y comenzó a tener una mejor actitud con el trabajo rutinario. Cierto día nos dimos cuenta que uno de sus mayores gustos era montar en bicicleta, colgándose de los camiones y poniendo en riesgo su propia vida. Se habló con él el asunto y seguía haciendo lo mismo porque le gustaba mucho la velocidad. Se le restringieron algunos privilegios como consecuencia de ésto y con el tiempo decidió que ya no se sentía cómodo y decidió irse también del instituto. Sus padres estaban preocupados porque él fue con sus amigos a dormir algunas noches en una casa abandonada. Su madre oraba pidiéndole a Dios por su hijo que estaba experimentando su su vida libre. Sin embargo no pasó mucho tiempo hasta que llegó a cometer algunas faltas, y sus padres ésta vez recurrieron a las autoridades civiles para amonestarlo. Aunque fue duro para ellos, fue la manera que Dios usó para que el regresara a casa. La semana pasada su madre expresó en la Iglesia que está muy agradecida con Dios por los cambios para bien que están ocurriendo en cuanto a la armonía familiar. Desde luego, nosotros también agradecemos a Dios por sus obras.
Por: Laudith Meriño