Mi nombre es Laudith Tatiana. Y tengo 7 años de ser misionera.
En agosto del 2021 comencé un entrenamiento en enfermería en el Instituto Silo. Fue un tiempo de mucho aprendizaje teórico. Cuando todo terminó y pasaron los meses, decidí ir a Bolivia a una clínica adventista.
Cuando llegué a la clínica el miedo embargaba mi mente por no tener tanta práctica en procedimientos como canalizar, extraer sangre, entre otros. Pero cuando llegué allá me pidieron que estuviera encargada de la cocina en un evento donde había alrededor de 100 personas. Yo sinceramente me asusté y mi reacción fue: “No quiero”.
Pero no tenían a nadie más los primeros días, y yo pensaba: “Yo no vine a cocinar”. Incluso me quejé. Pero al pasar los días y actividades del evento entendí que Dios me quería capacitar precisamente en esa área. Pasó el evento y me fui involucrando poco a poco en las actividades de la clínica, recibiendo pacientes con variadas enfermedades. No fue fácil, pues es una cultura diferente a la mía, y cada día le pedía a Dios que me diera amor por los pacientes. A veces el cansancio llegaba y solo quería ir a descansar pero recordaba que tenía que atender personas que necesitaban ayuda. Algunos de ellos llegaban sin esperanza, desahuciados por los hospitales. Y llegaban allí con el deseo de ver un lugar diferente, o sentir que eran importantes para alguien.
El hecho de que sintieran un toque físico por medio de un masaje, una terapia de arcilla, además de los sueros, saunas. baños térmicos, y todas los procedimientos pertinentes, les hacía sentir más tranquilos. Muchos de ellos se sentían solos. Hubo una paciente en particular que llamó mi atención. Tenía 32 años, y presentaba cáncer de cuello uterino, en ese momento con metástasis. Tenía mucho dolor pero ella siempre hablaba de tener una sonrisa y dar gracias. Una noche el doctor vio sus resultados y dijo con esta paciente no hay nada más que hacer. Mis ojos se aguaron al verla, tan joven.
Pocos días después ella le contó a un pastor que su mayor sueño era casarse. Con el grupo de la clínica comenzamos inmediatamente a planear su boda, ¡y se realizó al día siguiente! Fue una tarde muy feliz para ellos. Luego de la celebración la paciente se puso muy mal, y su signos vitales no eran los mejores. Al otro día ella me decía: “¡Realicé mi sueño! ¡estoy feliz! Pero sus signos vitales estaban no tenían vislumbre de mejorar, aunque su rostro era reluciente. Un día después se la llevaron a su casa y tres días más tarde descansó.
De esta experiencia aprendí a tener más simpatía y amor por los dolientes, y a depender más de Dios, quien es el único que puede conceder la verdadera paz y fortaleza de espíritu.