En la última historia, comentaba la forma en la que Dios me trajo a este país y cómo ha intervenido en mi vida. Una de las puertas que ha abierto en este lugar es poder entrar a trabajar con las personas de una comunidad cercana al proyecto donde vivo, junto con otra compañera misionera hemos iniciado pláticas en el centro comunitario y también atendido a pacientes, ella desde el área de la nutrición y yo desde el área psicológica.
Ha sido muy gratificante poder ir a conocer las personas de esta comunidad y ver cómo abren las puertas de sus hogares, sin embargo, no siempre ha sido fácil. Hoy me gustaría compartir contigo uno de esos casos, por cuestiones éticas los nombres de mis pacientes serán cambiados.
Una de las pacientes que atiendo se llama Ana, a esta mujer la veo cada lunes cuando doy pláticas a un grupo de madres en el centro comunitario; uno de esos días al final de la clase se me acercó y me dijo que las pláticas le habían gustado mucho pero que se le hacían difícil ponerlas en práctica, lo cual llamó mucho mi atención, por lo que ella me presentó a su pequeño Joaquín y pude darme cuenta la razón por la cual no había podido hacer lo que habíamos estado viendo durante esas semanas. Joaquín es un niño con autismo y por consiguiente su demanda de atención y forma de educación son diferentes a las de otros niños y si eso no fuera poco, lamentablemente el esposo de Ana tiene trastorno bipolar y depresión. Realmente Ana vive una situación dura en su hogar y necesitaba ayuda. Así que la cité para que nos viéramos en consulta privada.
Ese día mientras caminaba de regreso al proyecto no podía quitarme de mi mente el rostro de Ana y del pequeño Joaquín y lo único que repetía en mi mente era “Dios, necesito tu ayuda para poder ayudar a esta mujer, si de algo te sirvo úsame, pongo mis conocimientos en tus manos”. Mentiría si dijera que me sentía súper preparada para ayudarla, porque una cosa es ver los diferentes casos en clases a verlos en la vida real, y durante los 20 minutos de camino hacía el proyecto en mi mente iba platicando con Dios sobre la forma en la que podría ayudarla y también le pedía algo en espacial “Dios ayúdame a hablarle a Ana sobre ti y que ella pueda saber que hay esperanza en medio de los problemas”.
Llegó el día que había citado verme con Ana en el centro comunitario y llegó puntual junto al pequeño Joaquín. Estuvimos hablando durante dos horas y pude darle algunas herramientas importantes para Joaquín y también para ella, pero antes de terminar la consulta sentí el deseo de hablarle sobre Dios y la forma en la que él entendía todo lo que pasaba y que en este camino no estaba sola, automáticamente algo en su rostro cambió y pude notarlo a lo que le pregunté si todo estaba bien, entonces ella me respondió “Gracias Thalita, es verdad, no estoy sola en este camino”, nos despedimos y quedamos de vernos la siguiente semana.
La próxima vez que nos vimos algo había cambiado en ella, en su rostro estaba dibujada una gran sonrisa, fue entonces que le pregunté cómo le había ido esa semana a lo que ella me dijo: “¡Excelente! esta semana estoy muy feliz porque tengo una nueva motivación” durante la consulta ella fue expresándome una idea que tiene para poder recaudar dinero para las consultas del pequeño Joaquín y es montar una mesa de dulces y manualidades hechas por ella donde también ponga pensamientos acerca del autismo y dar a conocer a la gente de la comunidad que es verdaderamente el autismo y que ya no vean de forma extraña a su pequeño hijo y poco a poco hacer conciencia con muchas personas de la comunidad.
Sin lugar a dudas Dios está trabajando en la vida de Ana, le está dando una nueva esperanza y alegría a su vida. El trabajo con Ana y el pequeño Joaquín no ha terminado, aún cada semana los sigo viendo y trabajando con ellos, pero en Ana puedo ver la diferencia, su rostro siempre tiene una sonrisa y es porque su confianza la está poniendo en Dios. En lo personal puedo ver como Dios habla a través de mi e interviene no solo en la vida de Ana y el pequeño Joaquín sino en la vida de muchas personas más.
Probablemente hay algunos talentos que tengas ocultos y no quieras usarlos por miedo a fracasar o porque piensas que no son suficientes para la obra de Dios, pero te animo a que lo intentes y hagas del servicio una experiencia propia. Deja que Dios use esos talentos a su servicio. Muchas veces el sentirse incapaz de hacer las cosas es una oportunidad para que puedas ver la forma en la que Dios trabaja con tu vida, no lo pienses más y atrévete a hacer eso que aún no has podido hacer, créeme, no te arrepentirás.
Por: Thalita de la Cruz