Mi nombre es Rebeca tengo 18 años y soy de Bolivia.
Voy a contar cómo el Señor llegó a transformar mi vida. En el año 2017 un grupo de jóvenes adventistas llegaron a una plaza de la ciudad donde yo vivía, e hicieron una feria de libros. Yo de curiosa me fui a ver, resulta que también vendían unas tortitas de maíz y yo no llevaba dinero así que regresé dónde estaba mi madre y le pedí que por favor me diera dinero, mi madre me dio y me dijo: “Compra y regresa rápido a la tienda.”  Pero me entretuve hablando con uno de los líderes del grupo, que resultó ser un maestro del Colegio Adventista de donde venían los jóvenes. Empezó a hablar sobre el internado, pues yo ni sabía que existía. El colegio se encontraba como a una hora de donde yo vivía, y me dijo que ese internado era adventista y que podía inscribirme para ver si me aceptaban, en ese momento entró la inquietud en mí. Entonces regresé donde mi madre y le dije sonriendo “mami me voy” y ella me respondió “sí vete de una vez, súbete a su auto y chao” pero en realidad lo que quería decir era: “mira deja de hablar palabras sin sentido”.

Ese año quería irme pero mi madre se negó y no pude inscribirme. Luego el siguiente año pasó el milagro de que mi madre accediera a la idea. Ese día con mucha alegría llegué al internado a inscribirme pero mi sorpresa fue que la secretaria me dijo que no podía porque los cupos ya se habían agotado. Regresé triste a casa, realmente yo quería ingresar ese año. Por si fuera poco, durante ese año ocurrieron muchos problemas en casa y tuve que buscar otro trabajo donde me pudiera ganar más dinero.

Gran parte de mi tiempo era trabajar y estudiar, así que no podía hacer otra cosa que me gustara como jugar fútbol, o ir a mis entrenamientos. Había días que salía tarde del trabajo y llegaba tan tarde a clases que a veces no me dejaban entrar al salón. Durante ese tiempo muchos muchos maestros me llamaron la atención hasta llegar al punto de recibir amonestaciones de la oficina de la dirección.

Claro que el esfuerzo que ponía dio resultados, pues hubieron personas que también me ayudaron como la portera del colegio pues cada vez que llegaba tarde me dejaba pasar. Los problemas nunca terminaron, mi familia fue decayendo más y más, y los problemas se aumentaban. Como estábamos pasando por una difícil situación económica, tuvimos que pedir dinero prestado y la gente siempre venía a cobrar y yo ya no soportaba las peleas y discusiones. En el año 2016 intenté de nuevo inscribirme, ésta vez me dieron esperanza de entrar y me dijeron que presentara los documentos necesarios, cuando llegué a casa con mi hermano le di la noticia a mi familia, sus palabras fueron: “Si quieres ir tienes que hacerlo sola, buscar los documentos tú sola porque nosotros no tenemos tiempo”. En todo el día mi madre se la pasaba trabajando, igual que mis hermanos y yo tenía 15 años así que no sabía por dónde empezar, finalmente luego recibí instrucciones, fui a todos los lugares donde debía ir y obtuve todos los documentos menos uno. El único que me faltaba era mi libreta escolar de hace años y la directora del colegio donde me encontraba en ese momento se negaba a dármelo. El requisito que me pedían para poder obtenerlo era que uno de mis familiares lo firmara. Ese día sólo se encontraba mi hermano en casa en su día de descanso y estaba durmiendo y yo necesitaba su firma, pero él se negó a dármela. Finalmente apareció mi padre y él lo firmó, así llegué al final de la fila a presentar el permiso y la secretaria con una sonrisa me lo entregó y dijo: “Espero que sea la decisión correcta” y yo respondí “Me voy a esforzar para que así sea”.

Al día siguiente fui al internado y presenté todo y la secretaria me dijo que todo estaba bien y luego me dio una fotocopia en la cual contenía una lista de cosas para ingresar al internado. ¡Me habían aceptado! Después de eso tuve una entrevista con el director y me dijo muchas cosas y al final de la entrevista me dijo ¡bienvenida!.

En Marzo de 2017 tendría que estar allí. Mi madre se quedó triste y dirigí mi mirada a un lado para no llorar y así mi madre me viera feliz. Sólo pude salir a verla un día cada tres meses. Estuve dos años en ese internado en la cual muchas pruebas me rodearon, pero fueron de gran bendición, con el tiempo tomé la decisión de bautizarmem, pero mi madre no aceptaba que fuera adventista, porque mi familia pertenece a una religión israelita. Como resultado, el primer año no me bauticé, el segundo año hubo una semana de oración, el título era “Ser luz en todo lugar y momento”. El Señor me llamaba para formar parte de su rebaño y sin el permiso de mis padres tomé la decisión de bautizarme. Me hubiera gustado que algunos de mis familiares estuvieron ahí pero ninguno de ellos asistió. Aún así sentí el gozo y la alegría de toda la iglesia y el de mis compañeros, una vez que entré al agua mi corazón se llenó de alegría, tanto que las lágrimas no tardaron en salir. Supe entonces que había encontrado el camino correcto a la salvación.

Por la gracia de Dios me encuentro en esta institución para aprender y capacitarme en el área de enfermería. Sé que con la ayuda de Dios lo voy a lograr, no fue fácil salir del lugar de donde vengo, pero estoy segura de que tampoco será imposible regresar. Tengo la promesa de que todo esto será recompensado en el cielo. Con ansias espero a mi salvador pero primero está lo primero: Predicar el evangelio y espero hacerlo sanando como Jesús lo mandó, como Jesús lo hacía. ¡Bendiciones para todos!

Por: Rebeca Rodriguez.